El gran Jerarca giró la cabeza en torno a él. El preludio de una batalla en Commorragh siempre era un espectaculo tenso. Todos y cada uno de los Eldar Oscuros que alli se encontraban miraban alrededor expectantes, jactándose de los trofeos obtenidos en batallas anteriores o gritando burlonamente a otros grupos de guerreros mientras comprobaban sus rifles cristalinos y sus afiladas dagas. Menos de media docena de incursores flotaban a penas a unos palmos del suelo, con sus velámenes etéreos en grácil movimiento, procurado por el portal que ante ellos se abria; Un disco negro cuyo borde crepitaba con estática de un color verde reluciente. El jerarca observaba absorto los destellos esmeralda mientras cerraba el broche final de su armadura de Íncubo y flexionaba tranquilamente las articulaciones comprobando que todo estaba adecuadamente colocado.
Tras él, sus siempre silentes hermanos de armas aguardaban tranquilamente una señal suya para actuar. Pausadamente desenfundó sus espadones compuestos y hizo un leve giro de muñeca sobre la ornamentada empuñadura, haciendo que estos diesen un pequeño tirabuzón en el aire para posteriormente volver a las diestras manos de su maestro. El sonido que produjeron al cortar el aire, poco mas que un siseo entre el sonido de todos los demas ruidosos Eldar, informó al Jerarca de que su filo estaba perfectamente limpio y afilado, como de costumbre. Con otro movimiento unió las dos espadas en una sola y, llevandosela cerca de la cara, como si estuviese apuntando con un rifle, evaluó su unión; impecable.
Después de las inspecciones rutinarias los volvió a enfundar a ambos lados de su cintura. Tras un momento de pausa apartó la vista del portal disforme y posó su mirada en un grupo de guerreros de la cábala que estaban equipandose para el combate en un incursor cercano. Un guerrero cogió la pernera de su armadura con ambas manos y, apretando los dientes, la fundió a su carne mediante unos pequeños filos que habia en su parte interior, dejando escapar un sonido, mas de placer que de dolor. tras ello la aseguro con unas cintas flexibles a su muslo, que golpeó un par de veces, asegurando la unión. Una vez hecho esto procedió a repetir la operación con la otra pierna.
El Jerarca se giró finalmente hacia los Íncubos que le acompañaban y haciendo un leve gesto, les ordenó que se pusieran sus yelmos de combate. Uno tras otro, los cinco siguieron su orden, tras lo cual él mismo deshizo la coleta que atrapaba su negro cabello y se enfundó el suyo. Dos agudos pinchazos en sus sienes anunciaron que el casco se habia acoplado perfectamente a su cráneo, y el visor se encendió, mostrandole una serie de runas en movimiento que se alinearon a su derecha. En este momento, el arconte de la cábala a la que acompañaban al espacio real se aproximó a ellos con su marchitador en ristre.
-Aquel será vuestro incursor.- Dijo señalando a una de las resplandecientes naves color azul oscuro. - Yo iré en aquel - Dijo señalando a otro muy próximo al anterior, desde el cual un par de Llamenas ungian sus cuchillos en veneno mientras saludaban a los Íncubos con aire insinuante. - Vuestro conductor ya ha recibido ordenes mias. En la incursión vuestra única misión será erradicar cualquier ofensiva hacia mi persona. - tras una leve sonrisa añadió - Lo cual no hará ninguna falta, no espereis un gran combate hoy, Íncubos, este viaje es de placer. ¡Asi que divertios!- dijo dejando escapar una carcajada.
El Jerarca asintió con la cabeza y dió la espalda al Arconte, su capa ondeando tras él. En un habil movimiento subió a la quilla del vehículo agarrandose con una mano a su casco, mientras sus aprendices lo hacian a los lados del velámen etéreo, con sus espadones en una disciplinada postura de ataque. El artillero miró de reojo al Jerarca, con una mexcla de admiración y miedo mientras este se encontraba apoyado en el exterior del casco del vehículo a poca distancia de él.
Si antes la algarabía era tremenda, en el momento que el Arconte dió la señal para partir, todos los Eldar excepto el cuerpo de Íncubos se sumaron en un cacofónico y grotesco coro, mientras los gráciles vehículos gravíticos se elevaban del suelo y salian disparados como una flecha por el portal.
Una sensación de infinita caida se apoderó del estómago del jerarca, como si dos brazos invisibles lo empujaran con fuera hacia abajo. Esta sensación únicamente duraba unos pocos segundos, y todo guerrero Eldar Oscuro se habia acostumbrado ya a ella, poco a poco se habia convertido en un placer mas de las incursiones al espacio real. La algarabiá que mantenian los Eldar Oscuros resonaba de forma extraña cuando atravesaban el rift extradimensional, convirtiendo sus carcajadas en ecos vidriosos y vacios.
En el segundo que atravesaron el portal, cerrandose tras ellos, los gritos de júbilo cesaron. Era obvio que habían aparecido en el momento equivocado en el sitio equivocado.
La incursión se estaba realizando en un planeta colmena Imperial apenas defendido. Esta incursión era de escala diminuta, sin tipo alguno de apoyo pesado ni táctica, se suponia que iba a ser un mero buffet libre para los habitantes de la Ciudad Siniestra, pero cuando llegaron a aquel mundo el cielo era negro y rojo, torbellinos de disformidad rajaban el aire con rayos de color sangre y la ciudad colmena estaba en llamas, visión que se hacia todavia mas terrible cuando repararon en los regimientos de humanos que, atrincherados, resistian a duras penas tras sus barricadas, mientras de la disformidad surgian entidades demoniacas que los destripaban sin compasión. Al otro lado del valle en el que habian aterriazdo, se podia distinguir el brillo de las servoarmaduras y el aullido de las armas sónicas. La legión de los Hijos de Emperador estaba asediando la ciudad.
El Arconte entonces, como animal político que era, temiendo las represalias que una incursión fallida podria costarle al volver a Commorragh, se dirigió al comunicador de su Incursor y, ocultando su propia sorpresa tras su casco lo mejor que pudo dijo;
-¡Ciudadanos de Commorragh!, ¡ante vosotros los leales seguidores de La Sedienta!, ¡disfrutad!, ¡hoy no hay prisioneros!
Todos los Eldar Oscuros aullaron entonces con júbilo, creyendo que todo estaba programado con anterioridad y los conductores de los vehículos gravitatorios realizaron un leve gesto con sus manos, desviando la trayectoria en perfecta formación de flecha hacia el centro de la hueste de los Hijos del Emperador, que, absortos en la masacre que estaban ocasionando, y con sus sentidos sobresaturados por el increible estruendo que producian, no reprararon en esos pequeños dardos negros que se atisbaban en el horizonte y progresivamente se iban haciendo más y mas grandes virando a su retaguardia.
La primera salva de lanzas oscuras penetró en los puntos débiles de uno de sus Predator, haciendolo añicos. los efectivos de retaguardia de los hijos del Emperador, sorprendidos, se giraron sobre ellos mismos y repararon en la silueta de los cinco incursores demasiado tarde. Estos hicieron una rápida pasada entre las filas enemigas, cortando e hiriendo de gravedad a todos los marines en su trayectoria gracias a los ganchos y cuchillas de su parte inferior, mientras sus pasajeros saltaban ágilmente entre las rosadas servoarmaduras, cortando con las cuchillas de sus trajes de batalla en su recorrido vertical hacia el suelo.
El Jerarca y los miembros de su templo desembarcaron cerca del Arconte, que activó su campo de sombras, rodeandose de un campo de oscuridad impenetrable, como un borrón enmedio de la batalla. tras la sorpresa inicial, la inferioridad numérica en la que estaban los Eldar Oscuros se hizo patente, eran apenas una mancha entre las filas de los Hijos del Emperador, y éstos reaccionaron de forma sorprendentemente rápida y ágil para las pesadas servoarmaduras que llevaban, destripando con sus Espadas sierra a algunos Eldar Oscuros mientras caian. La soberbia del arconte podia haberlos condenado a todos a muerte, pero éste ya estaba enmedio del fragor de la batalla, disfrutando cada segundo como si fuera el último, y los Íncubos partian en dos la pesada armadura de los marines con sus espadones como si fuera papel, mientras repelian los ataques de las burdas espadas sierra con facilidad.
Los incursores hicieron una pequeña filigrana y volvieron a las filas enemigas, decididos a hacer una segunda pasada, pero los Marines estaban preparados, las luces de los láseres cargando fué el presagio del desastre, que se consolido con unos rayos de energia pura que volatilizaron dos de los incursores en el acto. Los destructores sónicos también hicieron acto de presencia, disparando con su armamento sonoro sobre un tercero, que hizo que vibrara violentamente, rompiendo el frágil motor gravítico, tras lo cual el transporte cayó en picado y se estrelló violentamente contra el suelo, mientras su dotación saltaba desde él en un intento de salvar sus vidas. Fue en este momento cuando el Arconte se dió cuenta de su error. Por los comunicadores envió ordenes a los dos incursores restantes para realizar una última pasada y recogerlos, pero los incursores restantes ya no respondian, habian sido reducidos a unos restos humeantes en el suelo de aquel planeta a manos de los destructores sónicos de los marines espaciales del caos. Tras un bramido de ira, el arconte acompetió contra las filas enemigas con ferocidad, alejandose de su cuerpo de íncubos y solo acompañado por sus Llameanas. Al verse atacados por una nube oscura, los marines blandian sus espadas sierra a ciegas, mientras que el arconte mataba a uno tras otro sin apenas esfuerzo, hasta que una dió en el objetivo, rasgando superficialmente el hombro del arconte, lo que hizo que el campo de oscuridad se dispersara. En ese momento el Jerarca se interpuso en la trayectoria de la espada sierra destinada a acabar con la vida del arconte, apartandola con uno de sus espadones compuestos, mientras que con un ligero movimiento de muñeca, clavaba el otro en el casco de la servoarmadura del marine. El arconte, retorciendose en el suelo se alejó del combate aprovechando la confusión que habian ocasionado los íncubos.
Trasteó rápidamente en sus bolsillos hasta que encontró un pequeño orbe de un verde resplandeciente, que arrojó a unos pocos metros a su disposición. Esto abrió un portal parecido a por el que habian accedido al espacio real, y por el comunicador ordenó la retirada. Todos los Eldar oscuros supervivientes corrieron a su posición disparando salvas con sus rifles cristalinos asegurando el perímetro. Algunos de ellos cargaban con cuerpos o miembros de sus hermanos caidos, asegurando su regeneración mas tarde en los tanques de los hemúnculos. Los Íncubos se hallaban rodeados de enemigos por todos lados, y les era imposible zafarse de ellos, asi que el arconte los dio por muertos y ordenó atravesar el portal.
Al ver que los habian abandonado a su suerte, los íncubos redoblaron la intensidad de su ataque, acabando con mas de una docena de marines que menos de lo que dura un parpadeo. Luchaban ágilmente pese a los grandes espadones que portaban, y en unos minutos se libraron de todos los marines que hace un momento les combatian. Sin darles tiempo a recobrar el aliento, siete colosos se materializaron ante ellos. Su armadura era imponente, mas que hombres parecian blindados andantes, y en sus manos, unas cuchillas resplandecientes de energia crepitaban en silencio. Sus cascos poseian largos y ornamentados cuernos y sus enormes hombreras estaban decoradas con piel arrancada de sus victimas anteriores. Los íncubos saltaron sobre esta nueva amenaza y descargaron sus armas contra ellos, dos de las cuales rebotaron antes incluso de tocar el metal, desestabilizando inesperadamente al íncubo que las portaba y derribandolos al suelo. Solo el Jerarca y otro íncubo consiguieron penetrar el grueso blindaje, derrumbando dos colosos antes de que pudiesen levantar una garra, sin embargo los Exterminadores del Caos restantes aguantaron el primer embite, deevolviendo sus ataques al rival, sus pesadas armas moviendose con una rapidez alarmante, mientras los Íncubos las esquivaban diestramente. Sin embargo, la armadura de los Íncubos no podia resistir de forma alguna aquellos potentes golpes, que atravesaban carne y huesos como un cuchillo caliente atraviesa la mantequilla.
Uno de los exterminadores efectuó un golpe certero a la caja torácida de un íncubo, atravesandolo de lado a lado y dejandolo muerto en el suelo al instante, otro golpeó a uno de ellos con tal fuerza que salió despedido varios metros, cayendo muerto en una postura extraña. Mientras, el resto concentró sus ataques en el Jerarca, que esquivaba todos habilmente o los detenia con su propio espadón compuesto, cuyas dos mitades habia unido en una única y poderosa hoja. Los demas íncubos parecian incapaces de seguir el ritmo a las grandes moles de ceramita y cayeron uno tras otro. El último de ellos, cuando se vió atravesado por las cuchillas, conteniendo el dolor, lanzó un golpe con su espadón que seccionó el cuello del exterminador limpiamente, cayendo ambos muertos en el acto.
Pocos minutos después el Jerarca era el único que seguía en pie, luchando contra dos exterminadores a la vez. Lanzando una patada a uno hincó uno de los espadones compuestos en el visor del otro, tras lo cual es exterminador cayó a plomo, llevandose consigo medio espadón del Jerarca. Éste luchaba a una velocidad endiablada, dificil de segui a simple vista. El Exterminador lanzó un golpe alto con sus cuchillas que fué esquivado por el jerarca clavando los pies en el suelo e inclinándose hacia atrás todo lo que pudo, hasta que su cabeza prácticamente tocó el suelo. Alli vió uno de los espadones de sus hermanos, fuertemente agarrado en su mano inerte. Girandose rápidamente en el suelo, de forma que acabó tumbando boca abajo agarró el espadón con la mano derecha, mientras que a su espalda el exterminador reía enloquecido tras su casco de ceramita, que alteraba su voz de una forma escalofriante mientras descargaba un golpe decidido a sentenciarlo a muerte. El arconte entonces se volvió e interrumpió el ataque con el espadón, pero la fuerza combinada con el peso del exterminador era demasiado para él, y tras unos segundos de resistencia el jerarca soltó su mano izquierda, lo que hizo que su arma se clavara a pocos centímetros de su cara, y una de las cuchillas le hiriese gravemente en la sien. El Jerarca sintió el agudo dolor de la cuchilla resgando su cráneo, y su vista empezó a enborronarse, pero con sus últimas fuerzas se hizo a un lado, incorporandose con esfuerzo y cogió la mitad del espadón compuesto que llevaba al cinto, atravesando con él al exterminador mientras se volvia a alzar ante él en el hueco entre su casco y el cuerpo de la armadura, dejando la espada alojada en su garganta. Tras unos segundos en los que la gran mole emitió unos extraños sonidos guturales, cayó de espaldas, declarando al Jerarca como vencedor.
La sangre manaba a chorros por dentro de su casco. No le dejaba ver bien. Quitándoselo con una mano el Jerarca cayó de rodillas, para en última instancia caer también derrotado a mano de sus numerosas heridas. Antes de sucumbir le pareció ver algo. Algo en el interior de su cabeza. Algo que sabia que era imposible. Le pareció ver una habitaión de marmol blanco y una silueta negra. Una silueta negra que aplaudía y movia la cabeza en gesto de aprobación.
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